lunes, 7 de diciembre de 2015

La casa abandonada

   Una pobre viuda, con su hijo de diez años, llegó a la ciudad de Coura en busca de trabajo, pero nadie quería darle albergue. Alguien, con buena o mala intención, le dijo:

   - Si eres valiente, puedes alojarte en la Casa Abandonada. Es una hermosa casa que en tiempos fue rica y poderosa, pero sucedieron en ella cosas raras y acabará cayéndose por falta de cuidado, pues nadie es tan valiente como para entrar en ella.

   La viuda consultó con su hijo, que era un muchacho listo, y éste decidió que aquella casa podía ser un buen refugio contra la lluvia y el frío que caían sobre la ciudad.

   La mujer fue a visitar al dueño de la casona en primer lugar, pues temía que le mandaran a los alguaciles, y aquél accedió gustoso a que se instalasen en la casa, sin pagar alquiler, hasta que encontrase un trabajo. Después de todo, le era igual, pues nadie quería habitarla.

   Madre e hijo limpiaron las telarañas y ocuparon la cocina, hicieron fuego y se prepararon una humilde cena. No pensaban en duendes ni fantasmas, pues ambos estaban rendidos y contentos de tener un lugar donde hacer un buen fuego para calentarse. Por otra parte, aquella casa era espléndida.



   Estaban madre e hijo terminando de cenar, cuando oyeron una voz suplicante que decía:

   - ¡Alumbradme, por favor!

   - Anda, hijo mío - dijo la madre -, toma este velón y dale luz.
   El muchacho, sin temor alguno, tomó la vela grande y, cruzando varias habitaciones, llegó a un gran salón, en el que vio a un anciano sentado delante de una mesa con un enorme libro en las manos.

   - Alúmbrame para que pueda terminar de leer este libro - pidió el anciano.

   Obedeció el muchacho. Pasaban las horas y el viejo continuaba leyendo. Por fin, con un suspiro, cerró el libro y dijo:

   - Gracias, hijo mío. Gracias a ti he podido cumplir la penitencia que me habían impuesto. Debía leer este libro a la luz de la vela que me ofreciera una persona de buena voluntad. En agradecimiento, te ofrezco todo el contenido de este baúl que hay debajo de la mesa.

   Osciló la luz del velón, haciendo parpadear al muchacho y, cuando volvió a abrir los ojos, vio que el anciano había desaparecido. Rápidamente, fue en busca de su madre y le contó lo ocurrido.

   Regresaron, madre e hijo, al salón donde el anciano había estado leyendo a la luz del velón, y descubrieron, en efecto, bajo la mesa, un gran baúl. Al abrirlo, vieron, maravillados, que estaba lleno de oro y piedras preciosas.

   Con el tesoro regalado por el anciano lector, compraron una cómoda y bonita casa y el muchacho pudo recibir una muy buena educación. Pero además, compraron un albergue para que a ningún pobre o viajero que llegase a la ciudad le faltara alojamiento.

   Y así recordaron siempre su pobre y humilde pasado.



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